Bienvenidos sean todos a esta capilla del Hospital Billini, a los pies de esta hermosa imagen del crucificado que me he permitido llamar “el Cristo de la Salud”. No es necesario decir que estoy feliz de poder celebrar en este día con todos ustedes, enfermos, médicos, enfermeros y enfermeras, personal de administración y gestión, trabajadores varios, y miembros de la Fundación Funpaheinm. Gracias, una vez más, hermana Trinidad por la invitación que me hizo llegar en nombre de esta gran familia hospitalaria.
Como se nos ha dicho en la monición de entrada, hoy es el día mundial contra la Hepatitis B y C. Comienzo contando una historia personal: uno de mis mayores traumas de la niñez fue el tener que estar durante varios meses, prácticamente encamado, por sufrir un tipo de hepatitis. Todavía recuerdo el dolor de aquellas inyecciones que, cada día, a la misma hora, sufría mi cuerpo. Gracias a Dios, con ellas, y una comida adecuada, pronto me recuperé y, en los sucesivo, no he notado secuelas de aquello. Sí es cierto que me ha limitado en algo que me hubiera gustado: ser donante de sangre. Al parecer, no puedo serlo.
Dejo mi experiencia personal, que no es tan interesante, y les regalo algo que puede ser interesante. He consultado en diccionarios especializados, qué simbolismo se da al hígado en la Biblia, y he descubierto las siguientes claves que, gustoso, comparto:
En primer lugar, en la Biblia se reconoce que, el hígado, es un órgano vital para la salud del cuerpo humano. Se creía que era el asiento de las emociones y de la voluntad humana, muy unido al corazón.
En la Sagrada Escritura, el hígado es mencionado en varios pasajes con diversos matices. En algunos casos, representa el estado emocional de la persona, como podemos leer en el Salmo 73, 21-22: “Cuando se irritó mi corazón y me punzó mi hígado, fui torpe y no entendía; era como una bestia delante de ti”. En este versículo, el hígado es utilizado como una metáfora de la ira y la confusión.
En otros pasajes, el hígado es mencionado en los sacrificios que los sacerdotes ofrecían: debían rociar con la sangre del animal sacrificado en el altar y quemar el hígado, como se describe en el Levítico 3, 4-5. La sangre y el hígado servían para expiar los pecados del pueblo de Israel.
El hígado es asociado con la gula, o exceso de alimentación. En Deuteronomio 29,18, se habla de aquellos que “alimentan su vientre y su hígado con manjares”, es decir, que buscan sólo su satisfacción personal, en lugar de cumplir los mandamientos de Dios. Por eso, el libro de Proverbios 23, 20-21, aconseja a los jóvenes “no ser como los que se entregan a la bebida y a la gula, porque el borracho y el glotón se empobrecen incluso materialmente”.
En resumen, el hígado, órgano decisivo para la salud, no sólo debe ser cuidado por su relación con lo físico, sino porque representa el mundo de las emociones profundas y de los sentimientos, unidos al corazón.
Y, aquí, brevemente enlazamos, para finalizar estas breves palabras con dos realidades: las lecturas de hoy, y la interesante Fundación Funpaheinm.
En la primera lectura, continuando el relato del Éxodo y de la liberación del Pueblo de Israel, se nos pide que, en todo lo que hagamos en nuestra vida, haya un orden. Se incluye la salud. Y, en ello, implícitamente el cuidado de nuestro hígado. Porque, como hemos repetido en el salmo 18, “la ley del Señor es perfecta”; también en el cuidado integral de nuestra salud. Finalmente, en la parábola del evangelio de san Mateo, aplicándolo al tema de hoy, nos vuelve a insistir en no llevar una vida desordenada, como esa semilla que va de camino en camino sin rumbo; ni seamos como la semilla que cayó entre piedras, es decir, en situaciones de mucho riesgo para la salud; ni mucho menos seamos como la semilla que creció entre zarzas, es decir, querer unir buena salud con experiencias perjudiciales de todo tipo. Seamos, en resumen, como la semilla que cae en tierra buena; que cultiva una salud integral: física, psíquica y espiritual. Cuando tenemos un sano equilibrio en esas tres dimensiones, también nuestro hígado lo celebra.
Últimas palabras en el día de hoy, pero no por eso menos importantes para la Fundación Funpaheinm, que surge en el año 2012 a raíz de la preocupación de la Dra. Sandra Cabrera Febrillet, Gastroenteróloga, Encargada del Departamento de Gastroenterología y del Programa de Medicamentos Protegidos del Hospital Docente Padre Billini. Muchas felicidades por los programas y actividades de sensiblización, prevención y sanación de la Hepatitis B y C, que viene realizando desde entonces, y de los que se han favorecido cientos de personas; particularmente los más pobres y desfavorecidos. Ustedes ha sido pioneros en nuestra tierra dominicana a la hora de quitar “miedos y traumas” a los enfermos, y en hacer que estas enfermedades se contemplen de forma más adecuada y normalizada. ¡Que el Señor de la Salud se lo pague y, con su Espíritu, les siga iluminando! Ojalá nunca les falten recursos materiales, y de personal especializado en salud, para que se cumplan sus objetivos, al hilo de las circunstancias cambiantes de nuestra sociedad. Y, ojalá, siempre se vea apoyado institucionalmente.
Para ustedes, miembros de esta apreciada y necesaria Fundación, y para todos los aquí reunidos, recuerdo unas palabras de nuestro querido Papa Francisco en la Audiencia concedida a los miembros de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC).
En primer lugar, les recordó que no sólo son miembros del mundo de la salud, sino testigos de la vida y de la sacralidad de la vida; en segundo lugar, que deben estar en formación permanente para ser los profesionales que necesita el siglo XXI; en tercer lugar, sin perder su clara identidad católica, deben estar en diálogo con todas las buenas iniciativas que nazcan en el complejo campo de la salud, aunque no partan de instituciones católicas; en cuarto lugar, tienen que saber colocar al paciente enfermo en el centro de sus atenciones, por la dignidad y misterio sagrado que son; y, en quinto lugar, deben ser fieles al magisterio eclesial y papal, sobre todo en temas de bioética y de defensa de la vida, desde su concepción hasta su ocaso.
Nada más; que el Espíritu que hará posible, un día más, el gran milagro de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, cambie nuestros corazones, nuestras miradas, nuestras palabras y nuestras acciones, para que siempre busquen, ante todo y sobre todo, el plan de Dios Creador sobre la Vida, y del Amor Redentor de su Hijo, que nos sanó a precio de sangre y entrega de su propia vida. Una bendición muy especial para todos de parte de nuestro Señor Arzobispo y de quien les habla. Amén.
+ Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo misionera en Santo Domingo
